Encuentros con defensores de derechos humanos
Dora Lucy Arias
Abogada, miembro de la junta directiva del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, Bogotá D.C
Retrato: Verónica Giraldo Canal, 2012.
30 de Mayo 2012
En este país, los obstáculos son inherentes al trabajo de defensa de derechos humanos y de confrontación del desvío y abuso del poder. El Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (CCAJAR) donde trabajo hoy es un escenario de protección para abogados defensores de derechos humanos y ha hecho que los obstáculos han sido más llevaderos. Aunque no sabía que iba a enfrentarme a esos obstáculos cuando empecé mi trabajo en este ámbito como estudiante, lo intuía. Yo presentaba demandas de inconstitucionalidad y acciones publicas de defensa ciudadana, para acabar con las injusticias y lograr la transformación que me imaginaba.
Los defensores de derechos humanos son uno de los sectores más atacados por su labor legitima de construcción de país, de Estado de derecho, de fortalecimiento de la democracia y de convivencia ciudadana. Buscamos a que el poder sea controlado, y justamente uno descubre que se ejerce en contrario de los ciudadanos. Ver al desnudo el ejercicio de poder de manera desviada y perversa es muy impactante y muy difícil a vivir. Eso da tristeza, pero al mismo tiempo potencia el trabajo de uno.
El miedo es una de las armas más adecuadas del poder para imponer lo que quiere, porque extermina las capacidades creativas de la sociedad. Con miedo, uno no puede soñar o crecer. Por ejemplo, los pueblos indígenas y afrocolombianos no pueden disfrutar de su territorio porque pasen todo su día defendiéndolo. En el caso mío, el más fuerte antídoto en contra del miedo ha sido la indignación.
Uno de los momentos más difíciles en mi carrera fue cuando una de las compañeras de mi oficina, la primera presidenta que tuvo el CCAJAR, empezó a recibir llamadas amenazantes y se dio cuenta que su hija iba perseguida en su ruta escolar. Un día ella recibió una muñeca Barby destrozada con esmalte en sus partes intimas y la amenaza siguiente: “Su familia es muy linda, cuídela.” Este hecho fue supremamente impactante para todos del CCAJAR, porque desafía nuestro trabajo como institución, pero en particular para nosotras como mujeres porque era un ataque muy dirigido a su condición de mujer y de madre. Sin embargo, este evento no me hizo dudar si yo era en el lugar apropiado. A lo contrario, me indignó profundamente, como desde el principio he sido indignada frente a la injusticia, y le dio más sentido a mi trabajo.
A este momento operó el sentido que nos une y que revela la importancia de nuestra organización como colectivo. Pusimos las denuncias en los ámbitos nacionales e internacionales, y la apoyamos para que ella salga del país algunas semanas. Para ella la salida fue absolutamente temporaria, porque amamos nuestro país y queremos que sea vivible para todos. Queremos un mundo en lo cual cuando salgamos de nuestro país es porque nos han invitado a fuera, y no porque estamos exiliados de nuestra propia tierra.
Este caso evidencia una diferenciación en la manera de atacar a las mujeres por parte de los quienes no se sienten cómodos por nuestra labor jurídica y legitima de defensa de derechos humanos. Ser mujer defensora de derechos humanos implica unos riesgos particulares a la condición de mujer. La manera de ser vista como mujer defensora es patriarcal y machista, y por eso se ataca a los hijos de una, a su intimidad y a su esencia femenina. El hecho que nuestra sociedad sigue con muchos rasgos de patriarcalismo lleva a que tengamos a enfrentar a muchos otras formas de poder para lograr transformaciones e impone retos adicionales para mujeres defensoras.
Identifico dos problemas con el derecho que aprendemos a practicar en la universidad. Uno es la arrogancia. Cuando salí de la universidad, pensaba que me lo sabía todo. La gente que empecé a encontrar diariamente me han ensenado que solo tenía un campo harrado para aprender más si tenía esta generosidad frente a mí mismo. Fue la gente con la cual trabajo que me permitió verdaderamente entender mi profesión, darle contenido al derecho y profundizar mis conocimientos. Me han permitido encontrar caminos que sola no hubiera encontrado y me han dado razón de ser para mi trabajo. Me han permitido ser una abogada para la transformación social, lo que no hubiera sido posible con la arrogancia que nos enseñan.
¡Todavía se construye el derecho como una disciplina académica tan lejana a la gente que parecemos astronautas! Nos enseñan a creer que lo sabemos todo y a confundir a la gente con términos enredados para que parezcamos más inteligentes. La primera dificultad que enfrento cuando voy a hablar con las comunidades es la de romper la mirada jerárquica entre el abogado y la gente. Se asume que el abogado llega con la verdad y la autoridad, cuando la verdad la tiene la gente.
El segundo problema para la academia del derecho es que se perfila una tendencia de aplicación del derecho a favor de la riqueza, del poder y hasta del desvío de poder, y no a favor de la edificación del Estado de Derecho. Este derecho se aparte de la condición del ser humano como queriendo vivir en su territorio y proteger su cultura. Por ejemplo, he visto a abogados de múltiples países del mundo debatir durante días sobre su profesión sin mencionar las palabras justicia, democracia o Estado de Derecho. Creo que tenemos que retornar a la esencia del derecho y a la función social que tenemos los abogados. Aunque no creo que todos deberíamos ser abogados defensores de derechos humanos, siento que hoy en día la enseñanza del derecho no esta dando la preponderancia a las reglas mínimas de convivencia que hemos establecido en la segunda mitad del siglo XX.
El trabajo colectivo con las comunidades al servicio de la transformación social da ideas maravillosas para devolver su razón de ser a las herramientas del derecho. Nos permite, como abogados, entender que el discurso del derecho no esta acabado. Al contrario de interpretaciones exegéticas de las normas, las visiones de la justicia expresadas por la gente son novedosas y esperanzadoras. Si la academia jurídica fuera menos arrogante y escuchara más al derecho propio de los campesinos e indígenas, el derecho hubiera podido cambiar el mundo hacia mucho tiempo.
El papel del abogado en este proceso es importante porque sirve de bisagra. Si nuestra defensa de las víctimas es restringida o equivocada, estamos evitando que cosas muy importantes lleguen a nutrir el derecho y a servir otros sectores de la sociedad. Al contrario, el trabajo no se hace solamente en el nombre de la gente, sino con ellos. El abogado tiene solamente una de las piezas del rompecabezas y debe entender que las otras las tienen las víctimas. Un día por ejemplo un señor campesino me invitó a su parcela y quería ensenarme dos libros que había encontrado y los argumentos jurídicos que había preparado para incluirlos en nuestra demanda. Eso demuestra que la gente pueden apropiarse de sus propios procesos y que los abogados pueden pasar al segundo plano. Si deja a su vanidad, el defensor de derechos humanos cambia del papel de representante y se vuelve facilitador, para que en fin las comunidades puedan defender sus derechos de manera autónoma.
Obviamente, mi trabajo me ha dado tristeza porque una se enfrenta a mucha injusticia. Yo sueño en una sociedad de paz y con justicia social. En la cual el hambre no dure más que una hora y en la cual todos podamos expresar lo que pensamos sin temor. Una sociedad en la cual la gente puede sacar la flor de toda su creatividad para construir felicidad y vivir dignamente. A lo contrario, es triste ver que el ser humano pueda llegar a causar tanto dolor en este país, como se ha causado a lo largo de la historia de la humanidad. Pero en múltiples ocasiones el ser humano ha también demostrado su capacidad de construir un mundo diferente, y yo creo que es capaz de hacerlo de nuevo. Mi trabajo permite a uno de vivir cosas maravillosas, como la construcción cuotidiana de escenarios de esperanza, de vida y de paz por procesos organizativos de mujeres, estudiantes o trabajadores. Eso hace que uno deje atrás la tristeza y siente que todo vale la pena. El hecho que la gente confíen en mi para defenderlos es el mayor regalo que uno podría imaginar. Mi lucha contra el abuso y el desvió del poder ha sido la mejor elección de mi vida y volvería a hacerla de nuevo si tenia que volver atrás.